jueves, 8 de mayo de 2025


Es el fin de todo. Cuando un jefe de gobierno anuncia ante las cámaras, sin temblarle la voz, que desplazará por la fuerza a un pueblo entero “para su protección” tras bombardearlo durante más de 577 días, cuando se consiente un genocidio, lo que vemos no es solo la culminación de una política de exterminio. Es la quiebra total del marco civilizatorio que nos hacía creer que había límites.

Es el fin de todo, porque el fin de Gaza es el fin de algo más profundo: la certeza de que había cosas que no se podían hacer sin consecuencias. Ya no. Ahora se puede bombardear a miles, matar de hambre a niños, declarar con absoluta frialdad que un pueblo será “trasladado” y que su territorio quedará ocupado de forma permanente. Y lo peor no es que lo digan. Lo peor es que lo hacen sabiendo que no habrá castigo. Saben que no reaccionaremos. Que la maquinaria mediática lo maquillará. Que las democracias occidentales lo tolerarán.

Es el fin de todo, porque los que mandan ya no solo nos han traicionado, nos han perdido. Porque hay una línea que, si se cruza, ya no se vuelve. Cuando permites una limpieza étnica en directo sin romper con los responsables, sin suspender relaciones, sin levantar la voz hasta que tiemble el poder, no solo te vuelves cómplice. Te vuelves irrelevante. Nos han perdido para siempre quienes pensaron que podíamos tragarnos esto sin rompernos por dentro. No se puede. No hay futuro que valga si no somos capaces de decir basta.

Es el fin de todo, en definitiva, porque nos han perdido para siempre quienes creyeron que la conciencia colectiva era un detalle menor. No lo es. Es lo último que queda cuando todo lo demás arde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario