lunes, 8 de mayo de 2023

 Sugerente reflexión de Pau Vidal

escrito por Pau Vidal
-25 Abril 2023

¿Rezar para que llueva?

No hace muchos días, relevantes representantes de la Iglesia católica, en vistas a la sequía en Cataluña, conminaban a sus fieles a rezar por la lluvia. Si bien es cierto que la oración de petición forma parte de la tradición cristiana desde antiguo y que en determinadas circunstancias ayuda a reconocer la propia indigencia y necesidad, sorprende el cómo se nos pide que roguemos por la lluvia sin hacer ninguna referencia a cuáles son las causas de esta pluviometría tan errática que nos atormenta. No solo sorprende, sino que llega a desalentar una aproximación infantilizando a la fe, a la oración y al papel que podamos y debemos tener los cristianos en la construcción del bien común.

Hoy, quizás de manera un poco provocativa, sospecho y hasta me opongo a una plegaria de petición que nos desresponsabiliza como comunidades cristianas ante los retos contemporáneos, que parece propugnar una fe irracional, anticientífica y premoderna y que puede proyectar la imagen de un Dios caprichoso (“hoy decido enviar lluvia y mañana quién sabe”, “a ver si los fieles ya han hecho suficientes rogativas para que me digne a hacer caer unas gotas del cielo”). De hecho, la distancia entre un Dios providente todopoderoso y un Dios caprichoso es corta y del capricho al sadismo solo hay un paso.

¿Pero no es posible la pregunta de por qué no llueve en nuestras latitudes? ¿Por qué los ciclos naturales están profundamente alterados? ¿Qué hemos hecho como humanidad en los últimos dos siglos para que las precipitaciones sean cada vez más irregulares? Hoy hay sequía en Cataluña, pero simultáneamente hay inundaciones terribles en California.

La evidencia científica, asumida por el actual pontífice, masivamente confirma que las variaciones pluviométricas en latitudes muy diversas en todo el planeta son resultado del cambio climático producido por la acción humana acumulativa, depredadora e irresponsable. Por eso, pedir oraciones y rogativas para que llueva presentando como inevitables acontecimientos meteorológicos que, según el amplio consenso científico mundial, tienen unas causas humanas muy claras me parece profundamente desafortunado.

Pero, además, animar a rezar por la lluvia sin tampoco preguntarse ni cuestionar como se está gestionando el agua que sí tenemos al alcance es de un reduccionismo que roza el ridículo. Porque nunca lloverá bastante para saciar la codicia humana, ni para satisfacer las absurdas necesidades creadas por el modelo socioeconómico, agrícola, urbanista y turístico imperante.

¿Pedir todavía?

Y a pesar de todo, bien pensado, recordando que el Padre Nuestro está todo el transido de súplicas, quizás sí que todavía haré oración de petición.

Pero rogaré para que los cristianos seamos los primeros comprometidos en denunciar que el modelo socioeconómico actual que se nos vende como único e inevitable es insostenible, mata y además nos ha llevado a una crisis climática sin precedentes.

Oraré para que recuperamos la mirada sacramental a la creación y la respetemos como hermana.

Rogaré por la conversión ecológica de todos los corazones para que abracen un estilo de vida más frugal, más sencillo y más comunitario. Y porque los seguidores de Jesús unamos nuestras manos con todas las personas de buena voluntad para buscar alternativas más humanas y humanizadoras de organizarnos, donde el bien común esté en el centro y nadie quede atrás.

Imploraré a Dios para que todos y todas hagamos un uso responsable de la poca (o mucha) agua que sí que tengamos en los embalses, en los ríos y en los acuíferos. También haré rogativas para que dejemos de una vez de privatizar un bien común como el agua y nos preguntemos si de verdad hacen falta tantos campos de golf, piscinas y cruceros repletos de turistas.

Elevaré mi súplica para que los poderosos paren ya la codicia inacabable de la agroindustria que explota sin vergüenza los recursos hídricos para sacar siempre el máximo beneficio económico. Más concretamente, imploraré para que nos preguntemos si en vez de las fresas o los aguacates que comemos hoy y que hemos pagado a cuatro duros no podría comprar a un precio justo otros productos de proximidad, de agricultura ecológica y socialmente responsable.

También impetraré a Dios, siempre más grande, para que nos libere de la autosuficiencia antropocéntrica de creer que con la técnica lo podemos resolver todo y reencontremos desde la humildad nuestro lugar en la creación.

Pero rezar para que llueva, sin más ni más, hoy no lo haré. No fuera que al final se abrieran los cielos, tuviéramos que lamentar lluvias torrenciales y tormentas devastadoras y entonces se nos pidiera de nuevo acudir a la oración de petición como si fuera magia.

Epílogo

Evidentemente que en el trasfondo de estas reflexiones podríamos citar al papa Francisco y su contribución capital con la encíclica Laudato si’. Pero incluso puede ayudar recordar que ya hace más de tres décadas Juan Pablo II en 1990 decía lo siguiente:

“La disminución gradual de la capa de ozono y el consecuente «efecto invernadero» han alcanzado ya dimensiones críticas debido a la creciente difusión de las industrias, de las grandes concentraciones urbanas y del consumo energético. Los residuos industriales, los gases producidos por la combustión de carburantes fósiles, la deforestación incontrolada, el uso de algunos tipos de herbicidas, de refrigerantes y propulsores; todo esto, como es bien sabido, deteriora la atmósfera y el medio ambiente. De ello se han seguido múltiples cambios metereológicos y atmosféricos cuyos efectos van desde los daños a la salud hasta el posible sumergimiento futuro de las tierras bajas.”

E incluso no se queda aquí la cosa, sino que llega a afirmar que “los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador forman parte de su fe” (Cf. “La paz con Dios creador, paz con toda la creación”, Jornada mundial de la paz, 1990).

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