jueves, 9 de diciembre de 2021




invita a reflexionar con calma
en estos tiempos de
polarización y crispación





Reflexiones y propuestas sobre la polarización política y social en España

escrito por Cristianisme i Justícia - 2 Diciembre 2021

Un grupo de personas a las que nos une la espiritualidad de San Ignacio y la preocupación por la justicia y la convivencia, convocadas por Cristianisme i Justícia (CJ) y la Comunidad de Vida Cristiana (CVX), nos hemos encontrado a lo largo de los últimos meses para compartir nuestro sentir y parecer sobre la situación de extrema polarización que se vive en la política y, por extensión, en la sociedad española. Una realidad que nos duele y nos preocupa como ciudadanía y como creyentes.

El grupo lo hemos conformado mujeres y hombres de diversos orígenes, trayectorias y pertenencias. Desde esa riqueza hemos dedicado varias sesiones a la escucha acogedora, en un espacio de confianza donde compartir las emociones que la polarización nos provoca y las opiniones que nos hemos formado al agudizarse esta fractura social.

Aunque nos acerquemos desde una fe compartida, no tenemos la misma posición sobre todo lo hablado y que aquí se recoge. Este documento no refleja una postura homogénea del grupo, sino un resumen de las reflexiones que han surgido con más intensidad en las sesiones.

El objetivo de este documento es compartir con otros grupos y comunidades estas reflexiones y propuestas, animando no solo a su lectura, sino también a dedicar espacios al diálogo sobre esta cuestión, buscando nuevas vías para el encuentro. Siempre, y más tratándose de un asunto sensible, sugerimos una lectura de mente y corazón abiertos, evitando prejuicios, presunciones y descartes inmediatos de lo leído en base a la posición propia, cuestionando lo que tenemos enquistado, con ojos que miran despacio antes de juzgar. A qué nos referimos al hablar de polarización social y política

Nos referimos al paso de las opiniones sobre temas políticos y sociales, a las posiciones irreconciliables, de ahí al frentismo y la exclusión de quien piensa diferente, para llegar a la quiebra de la convivencia, a la ruptura de relaciones e, incluso, a la violencia.

No apuntamos de forma negativa a una posición política concreta, por extrema que ésta sea y siempre que respete la ley y los derechos humanos, sino a la forma como estas posiciones se enconan y enfrentan.

La polarización no es un fenómeno nuevo, ni en España ni en otros lugares del mundo. Dicho esto, sí constatamos que se ha exacerbado en los últimos años penetrando en muchos espacios de relación interpersonal y con manifestaciones nuevas, alentadas en el terreno digital.

Cómo nos sentimos

Aunque no nos guste, somos conscientes de que la polarización social y política nos afecta. A pesar de enmudecer a veces, hay situaciones en las que participamos de ella y creemos la promesa fácil o la idea empaquetada en un tuit, frente a consensos de calado hondo que tanto ha costado construir.

La agresividad que se llega a producir en grupos, familias, espacios virtuales o presenciales, y también en nuestras comunidades y en la Iglesia, nos desasosiega y nos provoca desesperanza, enfado e incluso miedo. Hay ocasiones en las que optamos por el silencio incómodo para evitar la ruptura, un silencio contenido que conlleva sufrimiento, de quien sabe que las palabras pueden herir. Desorientados, a veces preferimos recluirnos y dedicarnos a cuidar a las personas cercanas, alejándonos de espacios más amplios donde la anulación del otro se ha convertido en hábito.

Nos preocupa lo que esta situación provoca en la juventud, en nuestras hijas e hijos que se encuentran pivotando entre posiciones extremas, atraídos por la aparente seguridad y el sentido de pertenencia que les aportan, sin apreciar los matices de los espacios intermedios que quedan desdibujados.

Finalmente, nos sabemos privilegiados por contar con espacios como este, y otros, en los que sentimos consuelo y seguridad, en la confianza de que podemos expresar lo que pensamos, sabiendo que será acogido por más que sea en el desacuerdo. Sentimos que nuestras comunidades, parte de la Iglesia, deben ser así, espacios donde prime la mirada honda de quienes quieren llegar al fondo, no solo de las cuestiones, sino del ser humano.

Qué vemos

Vemos como se extiende la polarización social y política en todo el mundo, impulsada por actores políticos que la diseñan, financian y atizan con éxito para sacar beneficio en forma de apoyos a su causa, sea a corto plazo (votos, firmas y posiciones) o largo (cambios culturales en valores, creencias y actitudes).

Su extensión y crudeza contamina relaciones de todo tipo: familia, trabajos, amistades y también comunidades de vida espiritual. Los medios de comunicación nos inundan de titulares duros que afianzan lo que cada persona piensa en su polo, sin apenas dejar espacio para la diversidad de posiciones, cada una con sus aspectos positivos, ni para el espacio intermedio. Las redes sociales, que tanto bien pueden hacer de usarse con sensatez, se convierten en lodazales plagados de ideas fáciles, exageraciones e insultos. La evidencia científica dejó de serlo, cuestionada por un hilo de tuits de cualquier agitador de la mentira.

Nos encontramos con este fenómeno en casi todo el mundo, con diferencias, pero con un origen común: el de usar la democracia para luego laminarla. El surgimiento de regímenes autoritarios en la frontera con lo despótico, cada vez en más países y desde aparentes derechas e izquierdas, alienta el “conmigo o contra mí”, persiguiendo las opiniones críticas. El espacio de la sociedad civil se restringe, llegando, en países de institucionalidad más frágil, al extremo del cierre, expulsión de organizaciones e incluso asesinato de sus líderes.

Vemos con desazón cómo consensos internacionales básicos, que costó tanto construir tras hecatombes como la II Guerra Mundial, son cuestionados y atacados. Los derechos humanos no pueden ser juguete de extremismos que los nieguen y alienten su vulneración.

Aunque su manifestación más frecuente es en la tensión derecha-izquierda de la política y la ideología, la polarización también ocurre con formas parecidas en otros terrenos. Este es el caso de la cuestión territorial en el Estado español, con las posiciones excluyentes sobre la soberanía e independencia de Cataluña y, crecientemente, en relación con la concentración del poder en Madrid respecto a otras regiones del país, especialmente las más abandonadas. Este es el caso también del conflicto abierto entre el feminismo tradicional y el que acoge la teoría queer y defiende a las personas trans o con identidades de género no binarias. Un conflicto polarizado que está debilitando la causa de los derechos de las mujeres.

La polarización ofrece soluciones mágicas que no son tales, pero al creerlas firmemente la persona se afirma y se alinea, llegando a sentir con certeza que los “polarizadores” son siempre los otros. Es un fenómeno que cercena la diversidad al perseguir una posición única y hegemónica, empobreciendo el debate y la creatividad inherente al ser humano. Negamos la complejidad al no escucharnos ni reconocernos, al retirar la legitimidad al otro. La adhesión al frente que sea es simple, sin apenas discurso que la fundamente, y acaba centrada en “salvarme yo”, debilitando el compromiso social con las causas del sufrimiento humano.

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