domingo, 7 de julio de 2019



Hasta siempre Carmen


Ha fallecido Carmen Laviña. Su pueblo de nacimiento era Perdiguera en los secarrales monegrinos, pobres de agua y de cosecha. Su familia labradora de toda la vida y de campo cultivado respetuosamente, a la vieja usanza, en armonía con todo lo viviente. 

Y su pueblo de padecimiento y resurrección fueron los malheridos y los necesitados. Enfermera del hospital S. Jorge y cuidadora en Cáritas. Primero de Santa Ana pero con la mente más en la ciudad que en el convento. Luego, en seguida, los barrios y el mundo, su nueva casa. 

En las comunidades de base de Huesca aprendió que la fe es comprometerse, que había una alternativa cristiana a la Iglesia franquista de la posguerra. Que Javier Oses, el obispo que se aproximó a la gente sencilla, necesitaba samaritanos como él. Y Huesca se volcó hacia otro modelo de cristianismo. Creció en humildad, en servicio desinteresado, en cercanía. 

Jubilada, llegó a Zaragoza y se incorporó a la comunidad “Almofuentes”, un grupito de 10 personas, todas ellas ya entradas en años y salidas de rutinas sacramentales, fusión de dos restos de los barrios de la Almozara y de Las Fuentes. Y allí inició un nuevo camino de renovación que le llevaría ya casi octogenaria, como Pilar y Ricardo tan jóvenes como ella, a un cambio trascendental en su visión religiosa. 

Entre dudas y titubeos abandonó la sacralidad de los ritos y asumió el carácter simbólico de todas las creencias; desmitificó todas las historias del mundo sobrenatural y renunció a la división de la realidad en “dos pisos”. Como todo el grupo, se sintió naufraga de toda certeza. 

Como Jesus sobre el mar, solo sostenida por la fe, se confió a ese amor que no nombra nada y lo hace todo. La solidaridad elevada al grado de la pura gratuidad, siempre ojo avizor a la injusticia y la dominación de unos por otros. 

Cuidó de sus dos hermanos, también muy mayores, en su piso del casco viejo de Zaragoza; hasta el final, hasta que ya no pudo más y se le fue olvidando todo lo que era y donde vivía. Los cuidó al modo tradicional, ella de pie y ellos sentados, como nos pasa a los hombres, desde un feminismo militante, (todos los martes en la concentración de la Pza. España contra la violencia de género) y no quiso reñir con algo tan valioso como el cariño. 

Carmen tampoco sabía nada sobre la otra vida. Lo decía con frecuencia. En el grupo cada vez sabíamos menos y nos sentíamos más dentro de un misterio cósmico y personal que es el que ahora le acoge. Cuando les daba chuletas de pavo a sus hermanos, ellos decían qué bueno es este ternasco de Teruel pues lo notaban diferente al de Perdiguera. Cuando nos llegue la muerte seguiremos diciendo con Carmen qué buena la vida aun cuando en muchos momentos pareciera muerte. Quizás eso significaba antes la expresión, “Cordero de Dios que quitas la muerte del mundo”


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