"Alteridad o muerte. No hay otra alternativa"
Ética o barbarie
José María Aguirre Oraá
"En estos tiempos duros, oscuros y pardos (lo digo por los fascismos o neofascismos en alza y expansión) es preciso alzar la bandera de una ética responsable y liberadora y una política asentada en ella, que reivindica dignidad para todos, fraternidad y liberación para los explotados y desposeídos de la tierra"
"Creo que éste debe ser el norte de nuestra reflexión y de nuestra práctica. No hay otra salida para nuestro mundo. Fraternidad o muerte, ética o barbarie. La ética es un motor (o debe ser) de libertad y de liberación y por eso deber ser activada"
"En estos tiempos duros, oscuros y pardos (lo digo por los fascismos o neofascismos en alza y expansión) es preciso alzar la bandera de una ética responsable y liberadora y una política asentada en ella, que reivindica dignidad para todos, fraternidad y liberación para los explotados y desposeídos de la tierra"
"Creo que éste debe ser el norte de nuestra reflexión y de nuestra práctica. No hay otra salida para nuestro mundo. Fraternidad o muerte, ética o barbarie. La ética es un motor (o debe ser) de libertad y de liberación y por eso deber ser activada"
Una mirada al pasado
En estos tiempos duros, oscuros y pardos (lo digo por los fascismos o neofascismos en alza y expansión) es preciso alzar la bandera de una ética responsable y liberadora y una política asentada en ella, que reivindica dignidad para todos, fraternidad y liberación para los explotados y desposeídos de la tierra. Creo que éste debe ser el norte de nuestra reflexión y de nuestra práctica. No hay otra salida para nuestro mundo. Fraternidad o muerte, ética o barbarie. La ética es un motor (o debe ser) de libertad y de liberación y por eso deber ser activada.
La alteridad es una cuestión que afecta al núcleo mismo de la ética. Y la alteridad se refiere al otro, al alter ego, a los que se encuentran junto a nosotros, a nuestros próximos. El término prójimo designa en un primer momento a aquella persona que está próxima, cercana. Pero su significado se ha ampliado y se ha extendido para designar también a toda persona humana. Hagamos un poco de historia. En el Antiguo Testamento se utilizan dos expresiones que pueden ser traducidas a nuestro universo cultural como hermano y compañero. Posteriormente el término se ampliaría para designar a los compatriotas. La palabra prójimo posee unas raíces bíblicas indudables y designa a las personas que se encuentran próximas y deben ser amadas como la propia persona. Levítico 19, 18 afirma con rotundidad «No serás vengativo, ni guardarás rencor a tus conciudadanos. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor». Pero se sabe hoy que mucho antes que los autores bíblicos (probablemente éstos se inspiraron en él), el Código de Hamurabi planteaba esta misma exigencia ética.
Avanzando en el tiempo encontramos que los evangelios sinópticos, los tres, ponen en boca de Jesús de Nazareth estas mismas palabras como el principal «mandamiento» que deben cumplir los que le sigan: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esta norma ética encierra una exigencia radical, ya que plantea amar a la otra persona, al prójimo, como a uno mismo. Además, este concepto de prójimo se amplia en los evangelios, ya que no se aplica sólo a los que viven en proximidad (son conciudadanos), sino a cualquier persona humana. La universalidad de esta propuesta ética y su exigencia radical han pasado a nuestro acerbo cultural ético y configura de manera decisiva nuestras culturas, aunque parezca para muchos una norma «utópica» o insensata. Unas perspectivas semejantes encontramos en otras latitudes culturales: en la propuesta ética de Lao-Tsé o en el amor o compasión preconizados por Buda
.

La originaria relación yo-tú es anterior a toda forma objetiva determinada de comunidad (familia, sociedad, Estado). Estas formas objetivas reciben de la interpersonalidad originaria su posibilidad, sentido y finalidad y, en consecuencia deben ser «medidas» por ella. Por lo tanto, cualquier organización humana social y política debe medirse en relación al respeto escrupuloso de la intersubjetividad humana, sin cosificar, esclavizar o aniquilar al otro, al prójimo que somos todos. Como dice José Manzana: «La presencia del otro en mi mundo revela la "injusticia" de mi yo como mero poseedor-dominador de mi mundo [...] Sólo la aceptación del otro en mi mundo (la fraterna hospitalidad y comunicación del mismo mundo con el otro) me libera del "salvajismo" en que yo mismo me desprecio y me permite afirmarme en dignidad. Mi justificación es lapráctica de la justicia».
Siempre será absolutamente malo cosificar y reducir al otro a la condición de medio o instrumento de mi capricho, de mi interés o de mi sistema de ideas y valores. En palabras de Levinas: «El yo humano se implanta en la fraternidad: que todos los hombres sean hermanos no se agrega al hombre como una conquista moral, sino que constituye su ipseidad. Porque mi posición de yo se efectúa en la fraternidad, el rostro puede presentarse como rostro. La relación con el rostro en la fraternidad en la que el otro aparece a su vez como solidario con todos los otros, constituye el orden social...» En esta relación ética fundamental que constituye además la propia identidad humana (y no resulta un añadido a su esencia ya constituida), el prójimo no solo es el prójimo biológico, clánico o el conciudadano, sino que es toda persona humana existente. La reflexión filosófica nos muestra que el prójimo alcanza una universalidad en el espacio y en el tiempo que supera cualquier barrera o límite moral. El prójimo es todo prójimo, porque toda persona debe ser respetada y valorada. Si comenzamos a hacer excepciones, también nos las harán a nosotros y entraremos en un bucle interminable de relativismo o de funcionalidad humana.
Revirtiendo la cuestión de prójimo
Hemos recordado la entraña bíblica del tema y del concepto de prójimo. Leyendo atentamente los evangelios sinópticos, descubrimos una perspectiva que puede ser motivo de inspiración para la reflexión filosófica. En los textos en los que se le pregunta a Jesús de Nazaret quién es mi prójimo y cómo hay que comportarse ante él, las palabras de Jesús invierten de manera sustancial el sentido de la pregunta. Se pregunta quién es prójimo y se responde cómo hay que hacerse prójimo de aquellos que están en una situación de desamparo. Prójimo es aquél que se hace próximo de las necesidades y de los sufrimientos de los otros, de las otras personas. La otra persona (su rostro, su mirada, su situación) me interpela radicalmente para respetarla como persona. «El infierno no son los otros», en contraste con lo que afirmaba de manera brutal Sartre, el infierno es el rechazo a respetar a los otros, la actitud de no respetar a los otros. La reflexión filosófica actúa como un bumerán. Lanzamos la cuestión sobre nuestro prójimo, sobre el «otro» y la pregunta de Jesús vuelve interrogándonos por nuestra actitud ante él. No hay prójimo, si no somos prójimos.
Responsabilidad y deber ser
Pero la responsabilidad hacia las otras personas significa mucho más que el mero reconocimiento de la existencia de otras personas. Esto se nos impone a cualquier persona. La responsabilidad ética supone entrar en el ámbito, no de lo de que existe meramente, de lo que simplemente es, sino de lo que debe ser. Es un dato ético y como tal un dato de conciencia. Con Kant diríamos que es un tema de razón práctica, un hecho de la razón práctica. Para Kant la libertad y la autonomía del sujeto suponen el reconocimiento recíproco de todos los demás como libres y autónomos también. Le repugna a la razón práctica (evidentemente «trabajada» históricamente por las corrientes de pensamiento «humanista») concebir a las demás personas como medios. En la Fundamentación de la metafísica de las costumbres señalaba: «Actúa de modo que consideres a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de todos los demás, siempre como fin y nunca como medio», aunque Kant abandonó esta formulación en la Crítica de la Razón práctica por un imperativo más formal: «Actúa de modo que la máxima de tu voluntad tenga siempre validez, al mismo tiempo, como principio de legislación universal». Sin embargo, afirmar que la máxima (subjetiva) se convierta en ley universal (objetiva), supone que la substancia ética que la atraviesa es la misma: el reconocimiento recíproco e igualitario de todos los hombres y de su dignidad. En palabras de Levinas: «ser libre es construir un mundo en el que todos puedan ser libres».
Diversos campos de emancipación
Pasar de las exigencias éticas a la concreción de las decisiones prácticas supone analizar la situación (tanto interpersonal como estructural) y tener empatía para poder hacerse «responsable» en verdad de los desafíos a los que nos enfrentamos. Si la realidad se convierte progresivamente en una realidad mundial «planetaria», la responsabilidad, en consecuencia, también debe convertirse en planetaria, en «cosmopolita». Desarrollar una responsabilidad de dimensiones éticas y políticas, dentro de una realidad planetaria y con una conciencia planetaria, consiste fundamentalmente en responder a los desafíos que tienen planteados las mayorías de nuestro planeta, a su grave situación de pobreza, de explotación y de inhumanidad, si no queremos permanecer enclaustrados en nuestra ceguera etnocéntrica «occidental». Solamente a partir de una reflexión y una acción responsabilizada vitalmente (de manera afectiva e intelectual) con la situación de las mayorías populares y de los pueblos oprimidos se hace posible producir fermentos de liberación capaces de establecer un espacio social verdaderamente humano para todos.

Además de esta responsabilidad social y política universal, quisiera indicar tres campos de responsabilidad que han emergido históricamente en estas últimas décadas y que requieren también una atención importante: la ecología, las culturas y la condición femenina. El ser humano no solo es un ser interpersonal e histórico: es un ser cósmico, que se hace con y en la naturaleza. Por eso necesitamos activar una responsabilidad ecológica, que de ninguna manera es extrínseca a la condición humana. Cada vez somos más conscientes de la necesidad de cambiar nuestros esquemas teóricos y prácticos de dominio desorbitado de la naturaleza, que nos han llevado por una pendiente desenfrenada de expolio utilitarista y desigual de nuestro cosmos. Debemos trabajar por un equilibrio de la relación hombre-naturaleza para no deteriorar o destruir nuestra propia condición de seres cósmicos. Debemos «domesticar» y dirigir racionalmente nuestra ciencia y nuestra técnica, para que no queda abandonada a su propia lógica, a una racionalidad instrumental y pueda ser encauzada conforme a finalidades humanas de libertad, disfrute y justicia para todos. El futuro del planeta y en consecuencia de la humanidad exige medidas concretas y rápidas. La sobriedad productivatiene que convertirse en una norma de la actividad humana.
Es preciso aunar la razón y la voluntad. Es necesario movilizar ambas para actuar de manera responsable y eficaz. Pero también deberíamos impulsar con todas nuestras fuerzas la esperanza. Hay que reivindicar una razón-esperanza o una «razón esperanzada». Sólo quien posea esta esperanza o quien la active, tendrá posibilidades de descubrir nuevos sentidos, brechas de luz, horizontes de emancipación que puedan conducir a recrear nuestras culturas, nuestra civilización, a desarrollar sus posibilidades humanizadoras y a combatir sus prácticas deshumanizadoras y opresivas. Ética o barbarie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario