martes, 25 de enero de 2022



MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 56 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Queridos hermanos y hermanas:

El año pasado reflexionamos sobre la necesidad de “ir y ver” para descubrir la realidad y poder contarla a partir de la experiencia de los acontecimientos y del encuentro con las personas. Siguiendo en esta línea, deseo ahora centrar la atención sobre otro verbo, “escuchar”, decisivo en la gramática de la comunicación y condición para un diálogo auténtico.

En efecto, estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante, sea en la trama normal de las relaciones cotidianas, sea en los debates sobre los temas más importantes de la vida civil. Al mismo tiempo, la escucha está experimentando un nuevo e importante desarrollo en el campo comunicativo e informativo, a través de las diversas ofertas de podcast y chat audio, lo que confirma que escuchar sigue siendo esencial para la comunicación humana.

A un ilustre médico, acostumbrado a curar las heridas del alma, le preguntaron cuál era la mayor necesidad de los seres humanos. Respondió: “El deseo ilimitado de ser escuchados”. Es un deseo que a menudo permanece escondido, pero que interpela a todos los que están llamados a ser educadores o formadores, o que desempeñen un papel de comunicador: los padres y los profesores, los pastores y los agentes de pastoral, los trabajadores de la información y cuantos prestan un servicio social o político.

Escuchar con los oídos del corazón

En las páginas bíblicas aprendemos que la escucha no sólo posee el significado de una percepción acústica, sino que está esencialmente ligada a la relación dialógica entre Dios y la humanidad. «Shema’ Israel - Escucha, Israel» (Dt 6,4), el íncipit del primer mandamiento de la Torah se propone continuamente en la Biblia, hasta tal punto que san Pablo afirma que «la fe proviene de la escucha» (Rm 10,17). Efectivamente, la iniciativa es de Dios que nos habla, y nosotros respondemos escuchándolo; pero también esta escucha, en el fondo, proviene de su gracia, como sucede al recién nacido que responde a la mirada y a la voz de la mamá y del papá. De los cinco sentidos, parece que el privilegiado por Dios es precisamente el oído, quizá porque es menos invasivo, más discreto que la vista, y por tanto deja al ser humano más libre.
La escucha corresponde al estilo humilde de Dios. Es aquella acción que permite a Dios revelarse como Aquel que, hablando, crea al hombre a su imagen, y, escuchando, lo reconoce como su interlocutor. Dios ama al hombre: por eso le dirige la Palabra, por eso “inclina el oído” para escucharlo.

El hombre, por el contrario, tiende a huir de la relación, a volver la espalda y “cerrar los oídos” para no tener que escuchar. El negarse a escuchar termina a menudo por convertirse en agresividad hacia el otro, como les sucedió a los oyentes del diácono Esteban, quienes, tapándose los oídos, se lanzaron todos juntos contra él (cf. Hch 7,57).

Así, por una parte está Dios, que siempre se revela comunicándose gratuitamente; y por la otra, el hombre, a quien se le pide que se ponga a la escucha. El Señor llama explícitamente al hombre a una alianza de amor, para que pueda llegar a ser plenamente lo que es: imagen y semejanza de Dios en su capacidad de escuchar, de acoger, de dar espacio al otro. La escucha, en el fondo, es una dimensión del amor.

Por eso Jesús pide a sus discípulos que verifiquen la calidad de su escucha: «Presten atención a la forma en que escuchan» (Lc 8,18); los exhorta de ese modo después de haberles contado la parábola del sembrador, dejando entender que no basta escuchar, sino que hay que hacerlo bien. Sólo da frutos de vida y de salvación quien acoge la Palabra con el corazón “bien dispuesto y bueno” y la custodia fielmente (cf. Lc 8,15). Sólo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la «capacidad del corazón que hace posible la proximidad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 171).

Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón. El rey Salomón, a pesar de ser muy joven, demostró sabiduría porque pidió al Señor que le concediera «un corazón capaz de escuchar» ( 1 Re 3,9). Y san Agustín invitaba a escuchar con el corazón ( corde audire), a acoger las palabras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en el corazón: «No tengan el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón» [1]. Y san Francisco de Asís exhortaba a sus hermanos a «inclinar el oído del corazón» [2].

La primera escucha que hay que redescubrir cuando se busca una comunicación verdadera es la escucha de sí mismo, de las propias exigencias más verdaderas, aquellas que están inscritas en lo íntimo de toda persona. Y no podemos sino escuchar lo que nos hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con el Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos.

La escucha como condición de la buena comunicación

Existe un uso del oído que no es verdadera escucha, sino lo contrario: el escuchar a escondidas. De hecho, una tentación siempre presente y que hoy, en el tiempo de las redes sociales, parece haberse agudizado, es la de escuchar a escondidas y espiar, instrumentalizando a los demás para nuestro interés. Por el contrario, lo que hace la comunicación buena y plenamente humana es precisamente la escucha de quien tenemos delante, cara a cara, la escucha del otro a quien nos acercamos con apertura leal, confiada y honesta.

Lamentablemente, la falta de escucha, que experimentamos muchas veces en la vida cotidiana, es evidente también en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos. Esto es síntoma de que, más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia. La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al público con un comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al interlocutor, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la complejidad de la realidad. Es triste cuando, también en la Iglesia, se forman bandos ideológicos, la escucha desaparece y su lugar lo ocupan contraposiciones estériles.

En realidad, en muchos de nuestros diálogos no nos comunicamos en absoluto. Estamos simplemente esperando que el otro termine de hablar para imponer nuestro punto de vista. En estas situaciones, como señala el filósofo Abraham Kaplan [3], el diálogo es un “duálogo”, un monólogo a dos voces. En la verdadera comunicación, en cambio, tanto el tú como el yo están “en salida”, tienden el uno hacia el otro.

Escuchar es, por tanto, el primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación. No se comunica si antes no se ha escuchado, y no se hace buen periodismo sin la capacidad de escuchar. Para ofrecer una información sólida, equilibrada y completa es necesario haber escuchado durante largo tiempo. Para contar un evento o describir una realidad en un reportaje es esencial haber sabido escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias hipótesis de partida.

En efecto, solamente si se sale del monólogo se puede llegar a esa concordancia de voces que es garantía de una verdadera comunicación. Escuchar diversas fuentes, “no conformarnos con lo primero que encontramos” —como enseñan los profesionales expertos— asegura fiabilidad y seriedad a las informaciones que transmitimos. Escuchar más voces, escucharse mutuamente, también en la Iglesia, entre hermanos y hermanas, nos permite ejercitar el arte del discernimiento, que aparece siempre como la capacidad de orientarse en medio de una sinfonía de voces.

Pero, ¿por qué afrontar el esfuerzo que requiere la escucha? Un gran diplomático de la Santa Sede, el cardenal Agostino Casaroli, hablaba del “martirio de la paciencia”, necesario para escuchar y hacerse escuchar en las negociaciones con los interlocutores más difíciles, con el fin de obtener el mayor bien posible en condiciones de limitación de la libertad. Pero también en situaciones menos difíciles, la escucha requiere siempre la virtud de la paciencia, junto con la capacidad de dejarse sorprender por la verdad — aunque sea tan sólo un fragmento de la verdad— de la persona que estamos escuchando. Sólo el asombro permite el conocimiento. Me refiero a la curiosidad infinita del niño que mira el mundo que lo rodea con los ojos muy abiertos. Escuchar con esta disposición de ánimo —el asombro del niño con la consciencia de un adulto— es un enriquecimiento, porque siempre habrá alguna cosa, aunque sea mínima, que puedo aprender del otro y aplicar a mi vida.

La capacidad de escuchar a la sociedad es sumamente preciosa en este tiempo herido por la larga pandemia. Mucha desconfianza acumulada precedentemente hacia la “información oficial” ha causado una “infodemia”, dentro de la cual es cada vez más difícil hacer creíble y transparente el mundo de la información. Es preciso disponer el oído y escuchar en profundidad, especialmente el malestar social acrecentado por la disminución o el cese de muchas actividades económicas.

También la realidad de las migraciones forzadas es un problema complejo, y nadie tiene la receta lista para resolverlo. Repito que, para vencer los prejuicios sobre los migrantes y ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario tratar de escuchar sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos. Muchos buenos periodistas ya lo hacen. Y muchos otros lo harían si pudieran. ¡Alentémoslos! ¡Escuchemos estas historias! Después, cada uno será libre de sostener las políticas migratorias que considere más adecuadas para su país. Pero, en cualquier caso, ante nuestros ojos ya no tendremos números o invasores peligrosos, sino rostros e historias de personas concretas, miradas, esperanzas, sufrimientos de hombres y mujeres que hay que escuchar.

Escucharse en la Iglesia

También en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros. Nosotros los cristianos olvidamos que el servicio de la escucha nos ha sido confiado por Aquel que es el oyente por excelencia, a cuya obra estamos llamados a participar. «Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios» [4]. El teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer nos recuerda de este modo que el primer servicio que se debe prestar a los demás en la comunión consiste en escucharlos. Quien no sabe escuchar al hermano, pronto será incapaz de escuchar a Dios [5].

En la acción pastoral, la obra más importante es “el apostolado del oído”. Escuchar antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago: «Cada uno debe estar pronto a escuchar, pero ser lento para hablar» (1,19). Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad.

Hace poco ha comenzado un proceso sinodal. Oremos para que sea una gran ocasión de escucha recíproca. La comunión no es el resultado de estrategias y programas, sino que se edifica en la escucha recíproca entre hermanos y hermanas. Como en un coro, la unidad no requiere uniformidad, monotonía, sino pluralidad y variedad de voces, polifonía. Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando las otras voces y en relación a la armonía del conjunto. Esta armonía ha sido ideada por el compositor, pero su realización depende de la sinfonía de todas y cada una de las voces.

Conscientes de participar en una comunión que nos precede y nos incluye, podemos redescubrir una Iglesia sinfónica, en la que cada uno puede cantar con su propia voz acogiendo las de los demás como un don, para manifestar la armonía del conjunto que el Espíritu Santo compone.

Roma, San Juan de Letrán, 24 de enero de 2022, Memoria de san Francisco de Sales.

Francisco

domingo, 23 de enero de 2022

Un problema candente en la Iglesia:
el celibato obligatorio y los
curas casados

"Solo pido una mirada… una genuina, que te abrace, que te reconozca tu lugar en la familia"

Sacerdote casado: "Saben que somos curas y sin embargo se regodean en obligarnos a ser sin serlo… suena hasta perverso"


Ignacio Puente y su familia

"No necesitamos miradas blandas, palmaditas en la espalda y actitudes supuestamente misericordiosas que esconden más la mirada del hermano mayor que la del menor de la parábola"

"No me humilla reconocerme pecador y necesitado, cuando mi pecado deja al descubierto la grandeza de la misericordia y fidelidad de Dios"

"Que loco que en la Iglesia uno tenga que mendigar que lo miren! Solo pido una mirada… una genuina, que te abrace, que te reconozca tu lugar en la familia… Somos curas che!"

"Puedo decir sin contradecirme que vivo mi ser cura de una forma plena. Obvio que me falta celebrar y me sangra el alma cada vez que la Iglesia nos maltrata y no nos reconoce"

lunes, 17 de enero de 2022

 La comunidad de CODEF
nos comparte su celebración del
15 de Enero

Para ver la celebración completa
haz click sobre la imagen



miércoles, 12 de enero de 2022


SUPUESTOS INCUESTIONABLES DEL SÍNODO

Una invitación a explicitarlos y debatirlos



Las sinceras preguntas y fichas de trabajo planteadas para el diálogo en el Vademécum y el Documento preparatorio del Sínodo incluyen, a mi falible entender, unos supuestos implícitos que no se plantean y sin embargo determinan todo el proceso sinodal y sus documentos de debate. Condicionan las preguntas y descentran las respuestas. Constituyen la interpretación más tradicional del catecismo. Enumero algunos de esos supuestos:



1. La lectura literal de los textos evangélicos y en general de toda la Biblia obviando la
exégesis más actual y su naturaleza simbólica.
2. La concepción dogmática de la verdad, no fundada en el humilde ejercicio de la razón crítica sino en la soberanía de una comunicación particular y sobrenatural o Revelación convertida en palabra absoluta de Dios.
3. Una concepción todavía medieval de las relaciones entre la fe y la razón basada en la supremacía de la fe y la marginación del conocimiento científico.
4. Una comprensión sobrenaturalista del mensaje evangélico, del ser humano y de la realidad que conlleva un acentuado dualismo.
5. Una concepción jerárquica del seguimiento de Jesús incuestionable y emanada directamente de la revelación divina y por tanto negativa frontal a la democracia en la toma de decisiones, organización y gobierno de la iglesia
6. La descendencia directa y sobrenatural de los apóstoles en los obispos. Lo que conlleva la atribución a los obispos de la máxima autoridad y de la prevalencia en el discernimiento
7. La superioridad de la ley divina y del derecho canónico sobre el consenso de la ética y los derechos humanos entre ellos la igualdad de la mujer y las libertades individuales.
8. Una concepción del cristianismo como religión, respetuosa de las demás pero prevalente, y como institución paralela y de rango superior a las instituciones civiles
9. La identificación categórica de un Ser Supremo, asible por la mente humana de modo concreto con especiales atributos e intervenciones extrínsecas en la historia y en la
naturaleza al margen de su natural dinamismo.

Estos y otros parecidos supuestos condicionan la respuesta sinodal y son los que realmente deberíamos dialogar. Afecta a lo esencial de la tradición cristiana establecida y no se deja opción a considerar que allí puede radicar la sinceridad del diálogo solicitado así como el motivo de la desafección en la Iglesia.

A pesar de todo merece la pena participar en el Sínodo para restablecer el valor originario del mensaje evangélico tan fecundo y liberador y para apoyar las reformas de Francisco cuyo alcance va más allá de la Iglesia y son reconocidas universalmente. El cambio de la iglesia repercute de modo muy importante en el cambio tan deseado del sistema capitalista, provocador de la desigualdad, el desamor y la depredación del planeta. Un cristianismo reiniciado, sin miedos y en constante autocrítica es uno de los mejores alicientes para un mundo mejor.

        Santi Villamayor, aportación personal a la “conversión” que nos pide el Sínodo.
        Zaragoza 12-01-2022

domingo, 9 de enero de 2022

 La comunidad de CODEF nos comparte
su celebración del sábdo 8 de Enero.

Para ver la celebración completa
haz click sobre la imagen


miércoles, 5 de enero de 2022

sábado, 1 de enero de 2022

 

Carta de un sacerdote en activo que se declara no creyente: "Francisco está sacudiendo la jaula de los privilegios"

 

 Bernard Ménard, Koinonía

La historia de la Nochebuena es un cuento maravilloso para los niños. Pero no suena muy serio cuando eres un adulto que tiene todas sus necesidades cubiertas, con una cómoda reserva en el banco. La mayoría de los adolescentes ya no lo creen, ocupados como están con los descubrimientos tecnológicos y la magia de las redes sociales. Ya no tienen tiempo que perder historietas de sus abuelas y rituales rutinarios en los que no PASA nada emocionante. Quiero compartir un secreto con ustedes, no se lo digan a nadie: soy un no creyente, como el 49% de los quebequenses, según una encuesta reciente. Yo tampoco creo en el dios en el que esta gente ya no cree. Desde hace bastante tiempo.

Un dios que lo controla todo... para quienes tratamos de apaciguarnos cuando pasa una tormenta o una ola de calor. Un dios que es todopoderoso, excepto para evitar que ciertos sacerdotes o entrenadores deportivos abusen sexualmente de los niños. Una religión que priva a las parejas del derecho a decidir por sí mismas lo que es apropiado en su vida íntima, según su situación concreta o su orientación sexual.

Una religión que sustituye la libertad de conciencia y la responsabilidad personal por el miedo a la condenación, es una invención humana alienante. A esto se opuso tenazmente Jesús, que fue torturado y condenado a muerte por ello. Como tantos defensores de los derechos humanos y de la libertad en nuestro tiempo.

Un día, un sobrino mío, al que admiro por su franqueza y su experiencia vital, me desafió: "¡Márchate de la Iglesia, ese antro podrido!".

¿Por qué entonces sigo siendo sacerdote y oblato?

Ciertamente, no porque la Iglesia esté libre de pecado. Tampoco porque los oblatos no hayan cometido errores graves. Aborrezco la búsqueda del prestigio y la pompa que ha marcado a nuestros prelados desde que el emperador Constantino se hizo cristiano (en el año 313) y la Iglesia adoptó los adornos y las formas de vida del Imperio Romano. Con trajes suntuosos y títulos de Reverendo, Eminencia, para marcar que están por encima del mundo ordinario y que sólo ellos tienen toda la verdad.

Entonces, ¿por qué sigo en esta institución?

Por el escándalo que provocó un tal Jesús de Nazaret al comer con personas mal vistas y despreciadas por los dirigentes religiosos de su tiempo. O curando a los lisiados en un día en que esto no estaba permitido por la Ley. El que denunció las asfixiantes prescripciones de la tradición judía, proclamando: "Sólo hay un mandamiento: Ama a tu Dios y a tu prójimo con todo tu corazón". ¿Te imaginas el escándalo que provocó? Tanto es así que lo masacraron, para silenciarlo.

¿Por qué me quedo en esta época?

Por la revolución que Francisco ha iniciado en la fortaleza de Roma y que intenta provocar en toda la Iglesia. ¿Sabes lo que ha emprendido? Reformas que no esperaba ver antes de estirar la pata. Está sacudiendo la jaula de los privilegios y del elitismo, para devolvernos a lo esencial del Evangelio: la sencillez de vida, la aceptación de las diferencias, el amor perdonador, el servicio a los más frágiles. Insiste en que salgamos de nuestra burbuja. Pone el ejemplo de la audacia de ir al corazón de los conflictos, yendo al encuentro de los excluidos de todo tipo. Y sus dos principales escritos son un llamamiento a salvaguardar nuestra "casa común", el planeta, y a transformar nuestro actual sistema socioeconómico en una solidaridad fraternal entre los pueblos ricos y los desposeídos. Su primer texto, sobre ecología, fue aclamado por David Suzuki, experto internacional, no creyente, como un gran regalo para toda la humanidad.

¿Funcionará la reforma de actitudes y estructuras emprendida por Francisco?

No debemos depositar nuestras esperanzas en toda la institución: la resistencia es fuerte, incluso dentro del club de los Cardenales. Para tener éxito, una revolución, incluso la evangélica, debe producirse primero en la base. Eso significa tú y yo.

Incluyendo a las generaciones más jóvenes en lo que les interesa. En la historia del mundo, a menudo han sido adolescentes sin medios poderosos los que han provocado grandes cambios. Piensa en David y su honda para derrotar a Goliat. María de Nazaret y su bebé en un pesebre. Juana de Arco liderando el ejército francés a caballo. En Malala, que a sus 14 años lucha por el derecho de las niñas y mujeres de Pakistán a ir a la escuela. En Greta que pide a los líderes de las naciones que salven el planeta.

Esperamos a los jóvenes en la iglesia para embellecer la imagen de nuestras celebraciones: nos esperan en las calles para caminar y gritar con ellos nuestra indignación por todo lo que abisma a nuestros hermanos de humanidad.

¿Por qué sigo activo?

Para hacer mi pequeña contribución a la curación de las heridas del pasado y al nacimiento de un mundo verdaderamente nuevo en el que aprendamos a respetarnos, a perdonarnos a nosotros mismos y a los demás, a establecer la solidaridad con los grupos de base de otros países. Y sobre todo, dejar de poner nuestro futuro y nuestra seguridad en la acumulación de dinero más allá de lo necesario. Saborea la libertad y la profunda felicidad que sólo puede dar una sólida amistad.

¿Un ingenuo este viejo? Lo sería si no hubiera visto ya venir este mundo. Juzgue usted mismo:

Cuando los padres se trasladan de una ciudad a otra para garantizar mejores servicios para su hijo discapacitado...

Cuando cuidas a un familiar o vecino debilitado por la edad o la enfermedad...

Cuando compartes tu tiempo o tu dinero para dar regalos a los niños, medicinas o alimentos a los beneficiarios de la asistencia social o a los refugiados...

Cuando has interrumpido tu horario de trabajo o de ocio para visitar a alguien que está terriblemente solo o deprimido...

Cuando haces las tareas domésticas y tu presencia hace feliz a todo el mundo...

Cuando has votado al candidato más preocupado por la justicia y la equidad para con las mujeres...

Cuando los misioneros renuncian a sus comodidades para estar cerca de las comunidades indígenas, hablar y codificar sus lenguas para que no se pierdan...

Cuando tres millones de quebequenses realizan algún tipo de trabajo voluntario durante el año...

Cuando pasan estas cosas, puedes decir si quieres que no crees en Dios, no es tan importante. Lo que importa es que al hacer esas cosas, estás actuando como Él, y que Él cree en ti. Y para mí, tú eres una de las razones por las que sigo soñando con un mundo que se vea bien y que prepare la llegada en nuestro tiempo del Niño del pesebre, el que nos enseña a abrir los brazos. Quizás estés más cerca de lo que crees del verdadero Dios que ama todo lo que ha creado.

Puedes confiar en este Hombre que se hizo cercano a los marginados, a los rechazados, que llegó hasta el final de su amor dando su vida, y que cruzó el muro de la muerte para abrirnos un paso hacia lo desconocido de la eternidad.

La pandemia y todas las catástrofes actuales de la naturaleza son una señal de que no podemos seguir perpetuando el abuso masivo del planeta y las desigualdades sociales entre naciones. O cambiamos o morimos.

Que 2022 nos ponga en camino. Y si es Dios con quien quieres caminar, asegúrate de que es el correcto. El buen Dios. Que tengas una buena noche de Navidad. Un año fructífero.