miércoles, 24 de noviembre de 2021

 En la revista ALANDAR, encontramos
un artículo sobre muestras
comunidades cristianas populares
que creemos que refleja
bastante adecuadamente
nuestra humilde realidad.

Las comunidades cristianas de base siguen vivas

por Carlos F. Barberá

Más de medio siglo después de su nacimiento, las comunidades de base siguen vivas. Según su coordinadora, en España agrupan a un millar de cristianos para los que el compromiso, y el compartir la vida y la celebración son esenciales.
Nacidas en Latinoamérica en los años 60, las comunidades cristianas de base tuvieron, según los países, un amplio desarrollo. En el año 2000 se contaba que había en Brasil 70.000 de ellas.
En España, llamadas comunidades cristianas populares (CCP), nacen igualmente en la década de los 60 y en 1969 tiene lugar la primera Asamblea nacional.

Más de 50 años después de aquella primera Asamblea, ¿qué permanece de las CCP?

Actualmente existen en España unas 100 comunidades agrupadas en 13 coordinadoras en Asturias, Galicia, País Vasco, La Rioja, Navarra, Aragón, Cataluña, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Madrid, Comunidad Valenciana, Murcia y Andalucía.
No hace falta decir que cada una de las comunidades es independiente, define el estilo, el contenido y la frecuencia de sus reuniones, pero hay sin duda un espíritu común que podríamos definir así:

En las comunidades tiene gran importancia la cercanía personal. La amistad, la puesta en común de la vida son básicas. “Somos una amplia familia, un grupo de amigos y amigas”, dice uno de los miembros. Ello explica que a menudo las reuniones duren horas, hay que dejar tiempo para la convivencia y la participación. Esta cercanía ha llevado a veces a crisis, enfrentamientos y defecciones pero en la actualidad se trata de grupos estables y consolidados.

Ninguna de ellas se considera fuera de la Iglesia – es algo que se destaca en todos los documentos. No quieren separarse y fundar otra Iglesia pero sí viven en un clima de diáspora. Algunas de ellas han vivido la experiencia de la expulsión y la segregación. Así pues, en la práctica, frente a las declaraciones programáticas, su relación con la gran Iglesia es escasa. Probablemente sólo a través de Redes Cristianas, a la que están asociadas.

Esto se refleja en sus celebraciones, que para ellas son muy importantes como lugar de puesta en común, y acción de gracias. Si cuentan con la compañía de algún sacerdote, lo aceptan de buen grado pero, en caso contrario, están dispuestas a compartir y a celebrar sin él. Porque para ellas la celebración de la fe es un elemento fundamental.

Lo es también el cultivo de la misma fe: algunas tienen un catecumenado de iniciación, en todas hay una formación con ayuda de la nueva teología (antes Castillo, Estrada, ahora Lenaers, Vigil, Martínez Lozano…)

Y no se puede olvidar el cultivo de la acción. Son comunidades que quieren cambiar la Iglesia pero también el mundo. Cada una de las personas y cada uno de los grupos tienen sus propios compromisos pero los derechos humanos, la emigración, la exclusión, se abordan de muchas maneras. Casi ninguno de los frentes abiertos a su alrededor queda sin la aportación de los miembros de una comunidad. También sin duda hay grupos que apoyan proyectos en el Tercer Mundo.

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